Antigua sabiduría natural aplicada a las crisis vitales.

Desde tiempos remotos es conocida la medicina que la naturaleza y el contacto con ella brindan. Sin embargo, tras tiempo olvidada, en este convulso último año, muchos de nosotros nos hemos aventurado en el camino de la “autosuficiencia”, desconocedores del regalo oculto que se escondía detrás de cada cosecha.

En este artículo pretendo sintetizar estos regalos que la inocente observación de “las cosas que crecen” puede traer a cualquiera que se aventure en este camino, aún más cuando estamos atravesando una crisis personal o un momento difícil de cambio y transformación en nuestra vida.

Comenzando por el comienzo, preparar la tierra, desbrozarla y abonarla ya tiene un significado profundo y análogo al terreno psíquico que necesita también una buena poda, limpieza y nutrición, tan reclamadas cuando nos sentimos mal. Muchas veces es con esta intención consciente o no, con la que comenzamos nuestro huerto.

Realizado esto, el simple hecho de plantar una semilla es capaz de transformar radicalmente la psique humana, sobre todo aquella carente de esperanza o deprimida. La expectación del “¿Saldrá algo?”, es solo el comienzo de la semilla de la vida que acabamos de plantar también en nuestro interior. Ahora tenemos otro ser del que cuidar y al que dirigir nuestro amor; nuestros problemas, momentáneamente, parecen achicarse.

A medida que la semilla germina y comienza a manifestar sus primeros brotes, algo en el corazón se despierta: “Una nueva vida es posible”, real y figuradamente hablando. Y si es posible para una semilla, ¿Por qué no iba a serlo para mi también? Siendo muchas veces, este pequeño comienzo, el foco de ateción y motivo vital del individuo, sobre todo en tiempos oscuros, proyectando inconscientemente su ansia de prosperar y mejorar sobre el incipiente brote.

Pero el tiempo pasa, y lo que era germen, ahora es planta y comienza a florecer y a dar sus primeros frutos, mientras nosotros seguimos dedicando nuestra atención plena y presencia casi meditativa al cuidado y manutención del huerto. Con los frutos sobreviene una sensación de orgullo y completitud: “Yo soy capaz de llevar una vida (también la mía propia) a término y obtener los resultados que quiero”. O no. Y entonces aprendemos igualmente a gestionar la frustración y la baja autoestima que yacía en el fondo de nuestros corazones.

A veces, también podemos encontrarnos con alguna que otra plaga. Y entonces, aprendemos a luchar por nuestra propia vida y por la del ser que tanto nos ha costado hacer crecer desde la semilla. Y de la planta moribunda, podemos aprender que ella y su gran impulso de vida son muy superiores a cualquier adversidad. Su misión (fructificar y reprofucirse para aportar alimento y otras plantas mediante las semillas del propio fruto), se la toma muy en serio. Como si fuera la última planta del planeta. Ella, debilitada, es capaz de dar, igualmente, lo mejor de sí. Y entonces nos preguntamos ¿Por qué no me tomo yo igual de enserio mi misión, mi propósito? Solo yo puedo hacer lo que yo he venido a apotar al mundo, y nadie más. Si ella puede, yo puedo dar lo mejor de mi, y transformar mis penurias en abono, materia prima, coraje y tesón.

Y así, te das cuenta de que no somos muy diferentes de las plantas y de que aún el reino natural tiene algo que enseñarnos.

Con amor,
Patricia.

 

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Artículo publicado en la Revista Madre Tierra #3. Descubre más sobre esta publicación gratuita e independiente en instagram: @madretierra.publicación